Implicaciones de la inteligencia artificial 4
By Joseph Rodríguez - junio 09, 2022
Implicaciones Filosóficas y teológicas de la inteligencia artificial
¿Puede un robot tener alma? Quizás sea esta una de las preguntas que vienen a la mente de cualquier persona interesada en cuestiones de fondo sobre la inteligencia artificial (IA). Bastaría espigar los relatos de ciencia ficción sobre robots para darnos cuenta de porqué la pregunta no puede ser postergada. Si rechazamos la visión del fantasma en la máquina, del homúnculo y del Dios intervencionista no parecería haber razones a priori que lo impidan: o bien el alma está ya en la naturaleza como principio irreducible, o bien es un epifenómeno. Tanto en uno como en otro caso, no parece imposible ensamblar materia capaz de pensar y querer, actividades superiores reservadas tradicionalmente al alma humana inmortal.
Ciertamente, con los desarrollos actuales en el campo de la IA parece que nos encontramos en una situación nueva, difícilmente imaginable en otra época de la historia. No se trata evidentemente de que filosofemos desde cero, pero sí que lo hagamos teniendo en cuenta la realidad de los avances técnicos. La IA es testigo de un incremento exponencial en su utilización de artefactos y aplicaciones y, aunque no estemos en absoluto cerca de construir una máquina que tenga las capacidades de un ser humano o que sea capaz de actuar “racionalmente” en todos los escenarios posibles, hay cada vez más algoritmos para multitud de tareas en una gran variedad de dominios (Bringsjord and Govindarajulu 2018).
Ahora bien, ¿qué se entiende habitualmente por filosofía de la IA? Poco podemos decir respecto a la automatización de procesos susceptibles de ser reproducidos como algoritmos que, a fin de cuentas, no son más que una ayuda para otras actividades más propiamente humanas. Ayudar no es sustituir. No se trata por tanto de abordar el hecho incontrovertible de si las máquinas pueden ayudar en actividades humanas, sino la cuestión más controvertida acerca de si pueden pensar, desarrollar una conciencia o llegar a ser libres. Según la entrada de la Stanford Encyclopedia of Philosophy, el campo de la IA puede definirse como el ocupado en la construcción de un artefacto capaz de pasar el test de Turing. Y, de manera más general, puede definirse como el de las máquinas que piensan y/o actúan de manera humana y/o racional. (Bringsjord and Govindarajulu 2018).
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La afirmación de que las máquinas podrían actuar como sifueran inteligentes es denominada la hipótesis de la IA débil, mientras que la afirmación de que las máquinas que actúan así, en realidad están pensando (y no solo simulanel pensamiento) se denomina la hipótesis de la IA fuerte. Y no está de más tener en cuenta que la IA se fundó asumiendo que, al menos, la IA débil es posible (Russell and Norvig 2009, 1020). Hay que tener en cuenta, además, que la primera conjetura acerca de los procesos mentales requeridos para producir un comportamiento dado suele ser errónea (Russell and Norvig 2009, 1022). Por eso se antoja extremadamente difícil para los filósofos derrocar a la IA en su versión débil —construir máquinas que parecen tener todo el repertorio mental y el comportamiento de los seres humanos. ¿Qué razón filosófica puede oponerse a que la IA produzca artefactos que aparentan ser animales o incluso humanos? (Bringsjord and Govindarajulu 2018).
Alan Turing apostaba a que con el tiempo, la distinción entre IA débil y fuerte se disolvería. Pero quizás eso es mucho apostar, aunque solo sea por el hecho de que para nosotros, seres humanos, sigue teniendo todo el sentido una distinción fuerte entre interioridad y exterioridad, entre realidad y simulación. Puede no ser imposible simular el comportamiento humano, pero las cuestiones referidas a la autoconciencia, el conocimiento (saber que se sabe), las emociones o la intencionalidad continúan siendo cruciales en cualquier acercamiento realista a la naturaleza humana. Evidentemente, todo ello toca también de lleno el llamado problema mente-cerebro o, si se prefiere, el problema de la naturalización de la mente humana.
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