Historia de la Inteligencia artificial parte 2

By Joseph Rodríguez - junio 06, 2022

Alan Turing, El precursor de las computadoras y la IA



    Lady Ada Lovelace predijo la IA en la década de 1840. Más concretamente, predijo parte de ella. Al no haber atisbos de las redes neuronales ni de la IA evolutiva o dinámica, se centró en los símbolos y en la lógica. Tampoco sentía inclinación por el objeto psicológico de la IA, ya que su interés era puramente tecnológico. Dijo, por ejemplo, que una máquina “podría componer piezas musicales elaboradas y científicas de cualquier grado de complejidad o extensión” y también que podría expresar “los grandes hechos de la naturaleza” y haría posible “una época gloriosa para la historia de las ciencias”. (Así que no le habría sorprendido ver que, dos siglos más tarde, los científicos utilizan “big data” y trucos de programación diseñados especialmente para mejorar los conocimientos de genética, farmacología, epidemiología… La lista es infinita). La máquina que tenía en mente era la Máquina Analítica. Este dispositivo de engranajes y ruedas dentadas (que nunca se terminó de construir) lo había diseñado su gran amigo Charles Babbage en 1834. A pesar de estar concebida para el álgebra y los números, en lo esencial era equivalente a la computadora numérica polivalente.

Ada Lovelace reconoció la potencial generalidad de la Máquina, su capacidad para procesar símbolos que representasen “todas las materias del universo”. También describió varios fundamentos de la programación moderna:

Programas almacenados, subrutinas anidadas jerárquicamente, direccionamiento, microprogramas, estructuras de control, sentencias condicionales y hasta los bugs (errores de software). Pero no dijo nada sobre cómo podrían implementarse la composición musical o el razonamiento científico en la máquina de Babbage. La IA era posible, sí, pero cómo llegar a ella seguía siendo un misterio.



Aquel misterio lo aclaró un siglo después Alan Turing. En 1936, Turing demostró que, en principio, un sistema matemático que ahora se llama máquina universal de Turing puede llevar a cabo todos los cálculos posibles. Este sistema imaginario crea y modifica combinaciones de símbolos binarios representados por “0” y “1”. Después de descifrar códigos en Bletchley Park durante la Segunda Guerra Mundial, Turing pasó el resto de la década de 1940 pensando en cómo podría hacer un modelo físico aproximado de su máquina definida de manera abstracta (contribuyó al diseño de la primera computadora moderna, que se terminó en Manchester en 1948) y en cómo se podía inducir a un artefacto semejante a desempeñarse con inteligencia.

A diferencia de Ada Lovelace, Turing aceptó ambos fines de la IA. Quería las nuevas máquinas para hacer cosas útiles que por lo general se supone que requieren inteligencia (quizá mediante técnicas muy antinaturales) y también para representar los procesos que acontecen en la mente de base biológica. El objetivo primordial del artículo de 1950 en el que burlonamente planteó la prueba de Turing (véase capítulo VI) era servir como manifiesto de la IA. (Había escrito una versión más completa poco después de la guerra, pero la ley de Secretos Oficiales del Reino Unido impidió que se publicara). En él señalaba las cuestiones fundamentales del procesamiento de la información que intervienen en la inteligencia (juego, percepción, lenguaje y aprendizaje), y daba pistas sugerentes sobre lo que ya se había conseguido. (Solo “pistas”, porque el trabajo que se hacía en Bletchley Park seguía siendo alto secreto). Incluso sugería planteamientos computacionales como las redes neuronales y la computación evolutiva que no fueron relevantes hasta mucho más tarde. Pero el misterio distaba mucho de aclararse. Eran observaciones muy generales: programáticas, no programas.

La convicción de Turing de que la IA debía ser posible de algún modo fue apoyada a principios de la década de 1940 por el neurólogo y psiquiatra Warren McCulloch y el matemático Walter Pitts en su artículo “A Logical Calculus of the Ideas Immanent in Nervous Activity” [Un cálculo lógico de las ideas inmanentes en la actividad nerviosa] en el que unieron el trabajo de Turing con otros dos elementos interesantes de principios del siglo xx: la lógica proposicional de Bertrand Russell y la teoría de las sinapsis neuronales de Charles Sherrington.

McCulloch y Pitts podían juntar a Russell y Sherrington porque ambos habían descrito sistemas binarios. Se asignaron los valores verdadero / falso de la lógica a la actividad de encendido / apagado de las células cerebrales y a los 0 / 1 de cada estado de las máquinas de Turing. Sherrington no creía que las neuronas estuviesen estrictamente encendidas / apagadas, sino que también tenían umbrales fijos. Así, definieron las compuertas lógicas (los y, o y no computacionales) como redes neuronales minúsculas que podían interconectarse para representar proposiciones extremadamente complejas. Todo lo que pudiera expresarse mediante lógica proposicional podía ser calculado por alguna red neuronal y por alguna máquina de Turing.

Turing, por supuesto, estaba de acuerdo, pero no pudo aportar mucho más a la IA: la tecnología disponible era demasiado primitiva. A mediados de la década de 1950, sin embargo, se desarrollaron máquinas más potentes y/o más fáciles de usar. “Fácil de usar”, en este caso, no significa que fuese más fácil pulsar los botones del ordenador o moverlo por la habitación. Más bien significa que era más fácil definir nuevas máquinas virtuales (por ejemplo, lenguajes de programación), que podrían utilizarse con mayor facilidad para definir máquinas virtuales de mayor nivel (por ejemplo, programas matemáticos o de planificación). La investigación sobre la IA simbólica, en líneas generales con el mismo espíritu del manifiesto de Turing, comenzó a ambos lados del Atlántico



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