Historia de la Inteligencia artificial parte 2
Alan Turing, El precursor de las computadoras y la IA
Lady Ada Lovelace predijo la IA en la década de 1840. Más concretamente, predijo parte de ella. Al no haber atisbos de las redes neuronales ni de la IA evolutiva o dinámica, se centró en los símbolos y en la lógica. Tampoco sentía inclinación por el objeto psicológico de la IA, ya que su interés era puramente tecnológico. Dijo, por ejemplo, que una máquina “podría componer piezas musicales elaboradas y científicas de cualquier grado de complejidad o extensión” y también que podría expresar “los grandes hechos de la naturaleza” y haría posible “una época gloriosa para la historia de las ciencias”. (Así que no le habría sorprendido ver que, dos siglos más tarde, los científicos utilizan “big data” y trucos de programación diseñados especialmente para mejorar los conocimientos de genética, farmacología, epidemiología… La lista es infinita). La máquina que tenía en mente era la Máquina Analítica. Este dispositivo de engranajes y ruedas dentadas (que nunca se terminó de construir) lo había diseñado su gran amigo Charles Babbage en 1834. A pesar de estar concebida para el álgebra y los números, en lo esencial era equivalente a la computadora numérica polivalente.
Ada Lovelace
reconoció la potencial generalidad de la Máquina, su capacidad para procesar
símbolos que representasen “todas las materias del universo”. También describió
varios fundamentos de la programación moderna:
Programas
almacenados, subrutinas anidadas jerárquicamente, direccionamiento,
microprogramas, estructuras de control, sentencias condicionales y hasta los
bugs (errores de software). Pero no dijo nada sobre cómo podrían implementarse
la composición musical o el razonamiento científico en la máquina de Babbage.
La IA era posible, sí, pero cómo llegar a ella seguía siendo un misterio.
Aquel misterio lo aclaró un siglo después Alan Turing. En 1936, Turing demostró que, en principio, un sistema matemático que ahora se llama máquina universal de Turing puede llevar a cabo todos los cálculos posibles. Este sistema imaginario crea y modifica combinaciones de símbolos binarios representados por “0” y “1”. Después de descifrar códigos en Bletchley Park durante la Segunda Guerra Mundial, Turing pasó el resto de la década de 1940 pensando en cómo podría hacer un modelo físico aproximado de su máquina definida de manera abstracta (contribuyó al diseño de la primera computadora moderna, que se terminó en Manchester en 1948) y en cómo se podía inducir a un artefacto semejante a desempeñarse con inteligencia.
A diferencia de
Ada Lovelace, Turing aceptó ambos fines de la IA. Quería las nuevas máquinas
para hacer cosas útiles que por lo general se supone que requieren inteligencia
(quizá mediante técnicas muy antinaturales) y también para representar los
procesos que acontecen en la mente de base biológica. El objetivo primordial del
artículo de 1950 en el que burlonamente planteó la prueba de Turing (véase
capítulo VI) era servir como manifiesto de la IA. (Había escrito una versión
más completa poco después de la guerra, pero la ley de Secretos Oficiales del
Reino Unido impidió que se publicara). En él señalaba las cuestiones
fundamentales del procesamiento de la información que intervienen en la
inteligencia (juego, percepción, lenguaje y aprendizaje), y daba pistas
sugerentes sobre lo que ya se había conseguido. (Solo “pistas”, porque el
trabajo que se hacía en Bletchley Park seguía siendo alto secreto). Incluso
sugería planteamientos computacionales como las redes neuronales y la
computación evolutiva que no fueron relevantes hasta mucho más tarde. Pero el
misterio distaba mucho de aclararse. Eran observaciones muy generales:
programáticas, no programas.
La convicción de Turing de que la IA debía ser posible de algún modo fue apoyada a principios de la década de 1940 por el neurólogo y psiquiatra Warren McCulloch y el matemático Walter Pitts en su artículo “A Logical Calculus of the Ideas Immanent in Nervous Activity” [Un cálculo lógico de las ideas inmanentes en la actividad nerviosa] en el que unieron el trabajo de Turing con otros dos elementos interesantes de principios del siglo xx: la lógica proposicional de Bertrand Russell y la teoría de las sinapsis neuronales de Charles Sherrington.
McCulloch y
Pitts podían juntar a Russell y Sherrington porque ambos habían descrito
sistemas binarios. Se asignaron los valores verdadero / falso de la lógica a la
actividad de encendido / apagado de las células cerebrales y a los 0 / 1 de
cada estado de las máquinas de Turing. Sherrington no creía que las neuronas
estuviesen estrictamente encendidas / apagadas, sino que también tenían
umbrales fijos. Así, definieron las compuertas lógicas (los y, o y no computacionales)
como redes neuronales minúsculas que podían interconectarse para representar proposiciones
extremadamente complejas. Todo lo que pudiera expresarse mediante lógica
proposicional podía ser calculado por alguna red neuronal y por alguna máquina
de Turing.
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